Hay algunos que dicen que, si una historia se cuenta cuando arrecia el frío y el viento se cuela silbando por las rendijas de las ventanas, deja de ser historia. Y que cuando los padres se la cuentan a sus hijos y ellos a sus nietos, la historia toma cuerpo y se transforma en leyenda. Así nació la Leyenda de la Dama de la Cárcel Vieja y yo os la cuento a vosotros, para que la memoria de lo que ocurre en la vida de una ciudad no desaparezca, igual que se difumina el humo de las chimeneas en las noches de febrero.
Cuentan que aquella mañana, los presos de la Cárcel Vieja escuchaban el ruido de la calle, como cada jornada que salían al patio. Un vendedor ambulante voceaba su mercancía y de una radio escapaban los versos de una copla llena de melancolía: Libertad, qué gran palabra para el preso/carcelero, tú nunca podrás gozarla. Era día de visita y la cárcel de hombres se llenaba de ojos con la forma de la espera y la tensión. Cestas con comida, alguna muda nueva, pañuelos y jabón que las mujeres llevaban como cada mes para atender a los maridos, padres, hermanos o hijos que habitaban cada celda. Andaba febrero a punto de dar sus últimos mordiscos al calendario y en la Cárcel Vieja había alguien preparado para una extraña huida. El recluso 2022 se dirigió hacia un rincón apartado del jardín y, disimulando mientras se apoyaba liando un cigarro, removió un trozo del parterre para desenterrar un tesoro. Con mucha tranquilidad, desenvolvió el paquete y fue cambiando su aspecto: botas por zapatos de tacón, falda, blusa, chaqueta, gafas oscuras y un precioso y llamativo pañuelo con el que cubrió su cabeza, para convertirse en una elegante dama.
Hizo un hatillo con la ropa carcelaria y, aprovechando la salida de las mujeres, se deslizó hasta la calle, como hacía todos los años desde que ingresó en la Cárcel Vieja..
Durante esa jornada, la Dama deambulaba por los comercios de las calles de Triángulo de Murcia, en busca de la mejor oportunidad para comprar en Rebajas nuevos atuendos que le ayudaran a no levantar sospechas en sus próximas salidas y algún que otro capricho para entretenerse durante el paseo. A nuestra Dama le fascinaba ir de tienda en tienda, encontrar cosas nuevas cada temporada y deleitarse con los cambios de la moda. Pero su accesorio favorito eran los pañuelos, aquél objeto tan importante para pasar desapercibido en cada una de sus fugas anuales. Tenía decenas de ellos: estampados, de colores lisos y con grandes trazos.
Cuando la noche arropaba el miedo de los niños, la Dama regresaba a la cárcel y, nadie sabe cómo, siempre aparecía en su celda para el recuento. Sin embargo, con el paso de los años, la gente comenzó a murmurar y entre los comerciantes de Triángulo de Murcia se comentaba que una dama de gran belleza entraba en sus negocios para comprar con mucha generosidad. Y decían que no la volvían a ver hasta el año siguiente. Unos indicaban muy seguros que era una persona de la nobleza y otros que una mujer rica y solitaria que vivía en otra ciudad, en una gran mansión cerca del mar. Pero nadie supo nunca que aquella persona era en realidad un presidiario que cada febrero, cuando el sol amenazaba el calendario, se convertía para la historia de nuestra ciudad en una leyenda: la Leyenda de la Dama de la Cárcel Vieja.
Y hay algunos que dicen que aún hoy han visto a la Dama recorrer los comercios de Triángulo de Murcia, en busca de todo lo necesario para disfrutar de una jornada de compras. Y que sus pañuelos la acompañan por entre las calles, como símbolo de una manera diferente de guardar en la memoria el sabor de la libertad.